Cada verano vivimos, en los centros de cuidados de larga duración, nuestra particular tormenta perfecta. Si ya a lo largo del año nos resulta difícil cubrir las ausencias del equipo, durante la época de vacaciones la situación se vuelve, por momentos, insostenible.
Es entonces cuando a quienes lideramos nos toca demostrar que somos verdaderos expertos en hacer malabares. Sin saber muy bien cómo, afrontamos un desafío crítico en el que los imprevistos, la escasez y lo urgente dejan entrever los límites de la cultura del cuidado que hemos construido.
Pero no solo eso, también asoma el tipo de liderazgo que ejercemos —ya sea desde la dirección del centro, la coordinación, la supervisión o incluso desde los cargos intermedios y estructuras organizativas más amplias.
Desde nuestra experiencia, sabemos que estos momentos no son fáciles. Pero también hemos aprendido que el verano, con todo su caos, puede ser un punto de inflexión. Una etapa compleja e incómoda, sí, pero también muy útil para repensarnos. De eso queremos hablar hoy.
El verano como punto de inflexión
Verano tras verano, vemos a equipos resistiendo ante estas situaciones: cansancio que se acumula, tensiones que emergen… y malestar por decisiones que, aunque necesarias, sabemos que nos alejan de eso que siempre decimos que somos o hacemos y es ahí, donde afloran las costuras de nuestra cultura del cuidado.
Vernos en ese espejo nos lleva muchas veces a darnos cuenta de que estamos más cerca de sostener unos servicios y un recurso, que de cuidar y acompañar a las personas, en plural (a nosotros mismos, a nuestro equipo, a las personas mayores y a las familias).
Por eso, nos gustaría que después de leer este artículo, puedas tener un poco más claro qué queréis volver a ser cuando hayáis sobrevivido al verano y llegue septiembre.
Las prioridades y lo innegociable
Un primer paso para reencontrarnos con nuestra esencia, es tener claras nuestras prioridades y lo innegociable en situaciones de alta presión. No podremos hacerlo todo, pero sí debemos tener muy presente qué no podemos dejar de hacer: PROTEGER LO ESENCIAL (el trato digno, los cuidados básicos, el apoyo emocional…).
No pasará nada si el checklist de indicadores no está actualizado en pleno agosto, pero sí si cruzamos la línea roja entre lo que es buen trato y no lo es.
Aquí, la organización de la que formamos parte juega un papel clave. No se puede pretender un liderazgo inspirador y un equipo motivado en primera línea de los centros, si la estructura y la exigencia organizativas no se adaptan a las condiciones reales.
La organización debe ser capaz de flexibilizar lo accesorio para proteger lo esencial, porque el buen cuidado no lo sostienen los papeles, ni las pantallas, ni la IA… lo sostienen las personas.
Tiempo de hacernos preguntas
Cuando lo urgente no da tregua, es muy difícil pararse a pensar y, sin embargo, es precisamente cuando más necesitamos hacernos preguntas para reconectar con el sentido de lo que hacemos.
No se trata de que reflexionar sea una tarea más de nuestra lista de pendientes, esto va de que, de manera sencilla, breve e incluso compartida con nuestro equipo, nos hagamos una pregunta en voz alta y nos demos unos minutos para pensar sobre ello.
No es una evaluación, es dar un espacio y un tiempo a lo que normalmente queda tapado por las circunstancias, a lo innombrable muchas veces, a lo que sentimos… y que es fundamental para cuidarnos y mantenernos en el propósito. Algunas de esas preguntas que pueden ayudarnos son:
Sobre nuestras prácticas
- ¿Qué priorizamos cuando no podemos con todo?
- ¿Qué somos capaces de mantener y qué descuidamos en los momentos difíciles?
- ¿Cuándo no actuamos y toleramos comportamientos que no reflejan un buen trato? ¿Y cuándo supimos reconducirlos con claridad?
- ¿Qué cosas damos por hechas y quizás nos deberíamos cuestionar?
- ¿Qué buenas prácticas reconocemos y queremos mantener?
Como equipo
- ¿Qué nos está sosteniendo como equipo?
- ¿Qué momentos nos hacen decir: “lo estamos haciendo lo mejor posible”?
- ¿Qué profesionales hemos (re)descubierto este verano como esenciales?
- ¿Qué detalles y gestos sentimos que nos han cuidado?
- ¿De qué estamos especialmente orgullosos?
Como líder
- ¿Qué tipo de liderazgo estoy ejerciendo? ¿Qué he descubierto sobre mí?
- ¿Cuáles han sido mis límites y cómo los he gestionado?
- ¿Qué partes de mi trabajo me siguen conectando con lo que importa?
Visión hacia el futuro
- ¿Qué conversaciones no hemos tenido… pero necesitamos?
- Si no cambiamos nada a partir de septiembre ¿es una opción válida? ¿qué pasa si no lo hacemos?
No es necesario responder a todas estas preguntas, ni hacerlo de golpe, ni intentar encontrar grandes respuestas. En ocasiones, basta con hacernos una sola y empezar a identificar y escuchar lo que este momento está tratando de enseñarnos.
Septiembre puede ser el comienzo de un nuevo ciclo
Lo vivido en estos meses tiene que servir para ajustar, mejorar y avanzar. Es el momento de planificar con perspectiva, de encontrar la forma de trasladar todas las reflexiones y aprendizajes a un nuevo ciclo. Esa es, también, una de nuestras misiones como líderes.
Lo que hemos observado (en nosotros, en el equipo y en la cultura del centro) no puede perderse, debe convertirse en guía para no volver a caer en dinámicas que nos desgasten.
Hacer este trabajo en septiembre, planteando la planificación como si se tratara de un “curso escolar”, nos ayuda a estructurar mejor los objetivos y organizar los ciclos de trabajo alineados con los ritmos reales de los equipos.
Si ya hemos aprendido que el verano es una etapa crítica, aprovechemos los momentos de estabilidad para recuperar propósito y avanzar con sentido.
No es necesario elaborar un plan estratégico completo. Es suficiente con trazar una línea clara de intención y mejora, marcada con pequeños compromisos que sepamos que podemos sostener en el tiempo.
Escoge una o dos ideas clave de todo lo que haya surgido estos meses y diseña un plan sencillo para pasar de la reflexión a la acción. Define un objetivo concreto por mes, haz partícipe al equipo en el proceso y no olvides nombrar, visibilizar y poner en valor todo lo que ya funciona y está bien hecho.
Por último, seamos conscientes de que lo que diferencia a una organización que sobrevive, de una que avanza en la cultura del buen cuidado no es lo que hace, sino cómo lo hace, cómo se piensa, cómo se revisa y cómo, con valentía, se atreve a poner encima de la mesa todo lo que aún queda por transformar.
Para eso, necesitamos que las personas que lideran puedan ejercer su rol con claridad y respaldo. Porque si sabemos usar bien septiembre, puede ser mucho más que el cierre de un verano difícil: PUEDE SER EL COMIENZO DE UN NUEVO CICLO CON PROPÓSITO RENOVADO.
¿Y si este verano decides dar el paso hacia ese cambio que sabes que es necesario?
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