Cuando una persona comienza su experiencia en un centro o servicio no llega sola. Llega con su historia, sus hábitos… y con su familia. Esa red afectiva y relacional con la que ha compartido vivencias, alegrías, tristezas y decisiones durante décadas.
Sin embargo, en muchas ocasiones, la relación entre la familia y el equipo profesional queda desdibujada o relegada a lo administrativo. Se intercambian informes, se firman documentos… y poco más.
Y es ahí donde se abre una oportunidad: transformar la relación con las familias en una verdadera alianza, porque cuando los vínculos se cuidan, la atención mejora.
La familia no es solo parte del contexto, es un agente esencial en el cuidado. En un modelo de atención centrada en la persona, no podemos dejar fuera a quienes han estado o continúan estando a su lado en cada etapa de la vida.
Las cargas invisibles en el cuidado familiar
Si queremos crear una buena relación con las familias en los centros de atención, no podemos olvidar lo que implica cuidar para ellas. Cuidar a una madre, a un padre, a una pareja o a un abuelo implica reorganizar toda la vida. Muchas veces ese cuidado recae en una sola persona, generalmente mujeres, y se vuelve invisible: sin horarios, sin salario, sin reconocimiento.
Surgen preguntas difíciles: ¿quién se encarga de las citas médicas? ¿quién tiene las llaves del piso? ¿quién decide si se cambia de centro? Muchas veces, no hay respuestas claras, ni se sabe dónde pedir ayuda, lo que incrementa la carga emocional y las tensiones con los equipos profesionales.
Porque cuidar también significa enfrentarse a miedos, decisiones y pérdidas sin manual de instrucciones y los costes (emocionales, físicos, económicos) no siempre aparecen en los informes, pero existen y pesan.
El papel clave de la familia en el cuidado
Para muchas personas mayores, la familia es un espacio donde se expresan emociones, comparten decisiones importantes y se busca sentido. Es también el lugar donde se vive la pérdida de autonomía, se replantean roles y se toman decisiones a veces difíciles.
La familia es una fuente de información y apoyo imprescindible para conocer la historia de vida, valores, rutinas, preferencias y rechazos de la persona y su implicación ayuda a que los profesionales podamos entender mejor lo que realmente necesita la persona y cómo acompañarla.
Cuando hay un deterioro cognitivo, esa presencia familiar se vuelve aún más importante. La familia actúa como puente, intérprete y referente, sosteniendo la identidad de la persona, dándole voz cuando ya no puede expresarse y tomando decisiones en su nombre acordes a su historia y valores.
Y sí, las relaciones familiares no siempre son sencillas. Pueden generar inquietud, tensiones o incluso conflictos dentro del proceso de atención. Pero incluso con su complejidad, la familia es parte fundamental del cuidado. Integrarla no siempre es fácil, pero sí necesario si queremos construir entornos verdaderamente centrados en la persona.
La Teoría Ecológica: el entorno sí importa
Urie Bronfenbrenner, psicólogo y autor de la Teoría Ecológica del Desarrollo Humano, nos recordaba algo importante: no vivimos (ni envejecemos) solos, vivimos en red. Lo que sucede en casa, en el trabajo, en la sociedad influye en cómo cuidamos y cómo nos sentimos.
Él hablaba de “mesosistemas”, donde distintos espacios se conectan. En el cuidado de una persona mayor, el hogar, el centro de día y la residencia no son mundos separados. Si se comunican bien, si se entienden, la persona está mejor.
También hablaba de “exosistemas” y “macrosistemas”: estructuras más grandes (horarios laborales, políticas públicas, estigmas sociales) que muchas veces condicionan nuestras decisiones sin darnos cuenta. Por eso, no podemos pedir a las familias que lo hagan todo solas. Ni a los equipos profesionales.
Cuidar a una persona mayor no es solo ayudarla con la medicación o la alimentación. Es acompañarla en su historia, en sus vínculos y en su presente, y eso incluye cuidar también a quienes la rodean.
La familia, con sus luces y sus sombras, es parte del entorno que sostiene a la persona, y los profesionales, con nuestra mirada, tiempo y actitud, también.
Cómo mejorar la relación entre equipos y familias
En los centros de día, residencias o Servicios de Atención Domiciliaria, la relación entre la familia y los equipos profesionales marca la diferencia. Cuando hay sintonía, comunicación y confianza, la persona mayor se siente segura, comprendida y acompañada. Pero cuando hay desconfianza, silencios o distancias, eso también se nota, y mucho.
A veces las dificultades no vienen del “cara a cara”, sino de todo lo que lo rodea: la prisa, la culpa, el duelo, los prejuicios. Un hijo que llega tenso del trabajo, una profesional que no puede parar cinco minutos a conversar, una hija que se siente juzgada, un equipo que percibe que “la familia se mete demasiado”. Todo eso forma parte del cuidado y también necesita espacio.
Desde Activiza lo decimos mucho: el vínculo es parte del cuidado. La relación familia-profesional no es un trámite, sino una oportunidad para mejorar la vida de la persona. Por eso, compartimos algunas claves para fortalecer esa relación:
- Escucha activa: cada familia tiene su historia. Escuchar sin juzgar abre puertas que no se abren con protocolos.
- Coherencia entre equipos: lo que se dice en recepción, en enfermería o en animación debe estar conectado. Eso genera confianza.
- Corresponsabilidad: las familias no son solo visitas, son parte del proyecto de vida de la persona. Tienen mucho que decir.
- Flexibilidad emocional: no todo son datos o informes. Hay emociones, duelos y decisiones difíciles. Necesitamos espacios para procesarlo.
- Espacios para compartir: a veces, un café, una reunión informal o una llamada marcan la diferencia.
Como decía Bronfenbrenner: “Para entender el desarrollo humano, hay que mirar no solo al individuo, sino al entorno completo en el que vive” y esto se traduce en una verdad simple pero poderosa: el buen cuidado no se hace en solitario, sino en red.